ALCOHOL Y ROCK AND ROLL

Fuente: La Jornada Online, firma: Joselo

Colaboración enviada por:  Alejandra Alonso de Toro

En el Coachella que acaba de pasar tuve la oportunidad de ver a los Strokes. 

Apenas terminaron los Duran Duran, que fue el grupo que los antecedió, me fui acercando lo mas posible al frente del escenario para verlos y escucharlos mejor. Había una zona especial a la que mi pulsera de invitado del festival me daba acceso. No era un lugar mejor que el de los demás, aunque lo pareciera. Estaba muy hacia el lado izquierdo del escenario, enfrente del PA y el sonido puede variar mucho si no estás enfrente. Pero claro, era una tontería desperdiciar la oportunidad de estar en las zonas que se ostentan como VIP. 

Cerca de mi estaba La Reclu, conocida locutora de Reactor y que tiene su programa en Noiselab.tv. A mi lado estaba Alfonso André, que había tocado con Caifanes el viernes, acompañado de Cecilia Toussaint, así que me sentí cobijado por mexicanos en esa presentación de los Strokes. El volumen comenzó muy abajo, y no supe si en realidad me estaba quedando sordo de tantos conciertos el fin de semana o esta zona VIP era un fraude. Me quejé en silencio de este supuesto privilegio de una zona mejor que las demás, pero poco a poco le fueron subiendo hasta que las guitarras, el bajo y la batería sonaban como deben sonar en un grupo de rock: muy, muy fuerte.

La voz de Casablancas se escuchaba perfecta. Con esto no quiero decir que sea un gran cantante, que sí lo es. Lo que quiero decir es que se escuchaba tan desenfadada como siempre. Claro, traía un vaso desechable al que recurría al terminar cada canción y brindaba con su público. Su estilo de cantar, si hay una forma de definirlo, es el de "medio borracho". Estaba a medios chiles, como dicen por ahí ¿se habría tomado una o dos? Imposible saberlo. También podría ser que llevara varios días bebiendo, quien sabe. Hasta su vestimenta comunicaba su borrachera: una gorra de béisbol vintage y unos lentes demasiado oscuros para la noche que estaba cayendo.

 Recordé que hace años Julian Casablancas había declarado que como estaba dejando de beber, le daba flojera salir de gira, salir a tocar. "No es tan divertido cantar sobrio, es mejor cuando estás tomado" decía. Lo entiendo perfecto. Tomar alcohol en una tocada es de lo mas divertido. Siente uno compartir la fiesta que se percibe allá abajo, es como subir ese reven al escenario en un vaso de alcohol: chela, tequila, whisky o vino.

Lo malo es cuando se te pasa y lo que uno percibe como divertido no lo es tanto para los demás. Si el alcohol te hace tocar mejor, cantar mejor, que bien. Si de repente está restando calidad a tu ejecución, es mejor echarle una pensada.

 No estoy de moralino. Nomás pienso en los resultados. La gente paga por ver un buen concierto y eso es lo que hay que dar. El rockanrol tiene su propia moral, que es diferente a la que hay fuera de ese guetto. A un rockstar en el escenario todo se le perdona. Aunque todos sabíamos que Julian Casablancas estaba tomado nadie se lo criticó, de hecho, hasta se lo celebraban. Cada cosa que decía, cada brindis que hacía, era recibido con gritos de aceptación de las miles de personas que lo escuchaban. Y aunque los chistes fueran malos o no se le entendieran, todos estaban felices. Bueno, estábamos. Yo también estaba feliz, para que negarlo. Hasta me dieron ganas de tomarme un trago con Julian. Así, Julian, como si fuera nuestro amigo. Tan familiar se sentía, aunque estuviera a docenas de metros de nosotros.

 En el número de abril de la Rolling Stone México hay un extracto de la autobiografía de Sammy Hagar. Sé que por la portada no se antoja mucho leerla. Supongo que más gente compró la de Justin Bieber o la de la chava de Gossip Girl que este número, pero lo que describe Sammy de su relación con Eddie Van Halen, aunque es de terror, es más real que los reportajes de las celebridades de TV o del ídolo pop del momento.

 Las tragos que seguramente le hacían bien a Eddie al principio de su carrera, le fueron cobrando factura con el tiempo. Lo extraño es que Sammy Hagar tiene un bar y una marca de tequila y no tiene broncas con el alcohol. Al menos nada se ha sabido. Así que en realidad el alcohol no tiene la culpa de nada. A algunos les hace bien, a otros los deja indiferente y a los demás, a los que no entramos en ninguna de estas dos categorías, nos cae pésimo. Al principio no, pero a la larga, repito, te cobra factura.

 Julian Casablancas parece no tener broncas, pero ¿quién sabe? Pensándolo bien, si tiene problemas con el alcohol ¿qué importa? Desde donde estamos, debajo del escenario, se le percibe como una persona muy divertida. Mientras no esté a nuestro lado hostigandonos con su borrachera, todo está bien.

 Ya lo decía un amigo muy sabio: está bien leer a Bukowski (el borracho de los borrachos por excelencia) y que nos guste, pero nadie quiere un amigo que actúe como él.